miércoles, 6 de julio de 2011

Las ciudades que hablan

Las ciudades hablan. Tienen voces graves y estruendosas, hablan a través de sus paredes, repitiendo lo escrito en ellas, lo dan a conocer a todos los que en ella habitan. Las ciudades que aún siendo monstruosas y usualmente violentas son de corazón noble, prestan lienzo a enamorados, reaccionarios, imbéciles e incomprendidos, nunca esconden sus paredes ante la lata de pintura en aerosol; la razón de este singular fenómeno es simple; una ciudad viva tiene voz. Y todas ellas están conscientes que existen ciudades mudas, ciudades que han perdido su capacidad del habla, son las que viven injusticias, atropellos y nunca dicen nada o aquellas otras que en una condición muy parecida a la esquizofrenia, solo gritan nombres que nadie entiende; éstas últimas sufren mucho por la burla de las ciudades despiertas, las llaman ciudades brutas. Y con justa razón, qué pensaríamos nosotros de una persona que sólo gritara cosas como: ¡Los punkies!, ¡Los cholocos!, o peor aún ¡Awdertukinvs por siempre!




Pero existen esas ciudades que sienten, las que no tienen olvido, que recuerdan las causas de sus hijos, las que no quitan el dedo del renglón, que enarbolan banderas, que sacuden y exponen al corrupto y al traidor. Esas son las ciudades orgullosas de sus habitantes, las que adquieren actitud con sus luchas y defienden a los suyos como nobles gigantes.



Valparaíso es una de ellas, con calles de galería, con corazón joven y sabiduría de anciano. Sus muros son el testimonio de una ciudad que se rehusa a pasar algo por alto, toda injusticia va a las paredes y ya sea con murales dignos de museo o con escuetas líneas que a modo de "post-it" le recuerda a la población lo que hay en el menú, lo que está en la mesa; ayer era la represión militar, hoy es educación gratuita, mañana las represas en la Patagonia. Manejando con asombrosa habilidad todos los temas, dueña de mil y una consignas, hervidero de idealistas, soñadores y jóvenes catalizadores. Fue un gusto para este viajero conocer a semejante personaje y de pasada las exigencias y luchas de los porteños, invitándome a vivir en uno de sus muchos cerros, a caminar por las calles que Neruda y Mistral alguna vez recorrieron, a soñar con los que ahí sueñan, a recordar con los que se resisten a olvidar y a gritar por mí lo que yo pienso. Le platiqué de Guadalajara, me pregunto: "¿Qué cuenta esa hueona (ya estábamos en confianza y en ese punto se le sueltan los modismos)?" Le respondí con franca pena que Guadalajara hace mucho que no habla fuerte, que ha caído en un punto entre la esquizofrenia y la mudez. Mencioné que en su letargo a veces musita alguna blasfemia contra los autos que la envenenan y contra los que la privan de sus parques y sus queridos árboles. Mirándome gravemente, el buen Valpo (me explicó que así le dicen los compas) me pidió que escribiera esto para que los demás vieran lo lindo que es tener una ciudad que habla, una ciudad que pone al margen al que obra mezquino. Lo hace mostrándome las caras de los ministros del actual gobierno con la leyenda: "yo estudié gratis ¿y tú?" ( en referencia a lao altísimos costos de la educación chilena). Me revuelve el pelo con una brisa que sale de una escalera callejoneada y encuentro una lata de pintura En aerosol en mi mochila, la guardé para cuando tuviera algo que gritar, quien quita y se me ocurre algo de aquí a un mes.



Para los fascinerosos.