miércoles, 23 de marzo de 2011

Recapitulando

Han sido muchos los días desde mi última entrada y en proporción a estos días están los lugares visitados y las experiencias vividas, para ahorrarles tiempo pondré el lugar y una serie de frases o palabras que expresen lo vivido en cada lugar. En el caso de Venezuela habré de ser más extenso puesto que ha sido una intensa experiencia y es todo lo vivido en este país en el que estuve por escasos 7 días.

Barranquilla: Carnaval, pies despedazados por salsa al por mayor y sueño interminente parte en una banqueta y parte en la casa de unos amables colombianos que habrían de darnos (el plural responde al hehco de que eramos un grupo grande que saló desde Cartagena en busca del épico Carnaval de Barranquilla) desayuno por la mañana.

Sta. Marta/Taganga: Desparición de 100 dólares en hostal, playa hippie, desintegración del grupo multinacional y punto de partida para Venezuela.

Venezuela:
Una vez cerca de la frontera todo lo que escuchaba de esta tierra eran advertencias: cuidado que Venezuela está ruda (vengo de México, por favor), cuidado que te pueden asaltar en el centro de Caracas (como en el centro de cualquier ciudad), no hables con extraños (advertencia básica que aprendí desde los tiempos de los comerciales de "mucho ojo..."), la policía es corrupta (eso no es nuevo) y ¡¡¡el gobierno es socialista!!! (y eso no da miedo). Invalidando las advertencias con mis paréntesis crucé la forntera en un Malibú del 68 cuyo conductor conducía a 150 km/hr (es la forma "normal" de cruzar) y llegué a la ciudad colonial de Coro a las 2 de la mañana, los hostales no respondían a mis golpes en la puerta, chiflidos y gritos y si respondían era para decirme que era demasiado peligros abrirme. Terminé a la puerta de un hotel demasiado caro para mi presupuesto preguntando por la posibilidad de pasar la noche en la calle, el rostro de mi interlocutor (irónicamente de nombre Jesús) se tenso y terminó por permitirme pasar la noche en el lobby del hotel ya que la calle es muy insegura y aparentemente frecuentada por cuadrillas de jóvenes asaltantes de turistas perdidos (osea yo). Entre el vigilante del hotel y un guardia de seguridad me di cuenta del miedo que viven los venezolanos, toda la conversación eran historias de asaltas, atracos, secuestros y balazos. Esa fue el primera vez que me di cuenta que en Venezuela no se sufre el socialismo o las trabas de la oposición, se sufre de una parálisis que proviene del miedo, la inseguridad y la desconfianza en el prójimo. Terminó la larga noche, mi plan maracaba Caracas, la ciudad que hacía temblar a los ya temblorinos habitantes de Coro, un policía me preguntó a dónde me dirigía y al obtener mi respuesta me puso una mano en el hombro y cual heroe a punto de emprender una aventura de la que probablemente no volvería me dijo " tenga mucho cuidado jove, no confíe en nadie". Dulces sueños tuve esa noche en el camión rumbo a Caracas, cuestionandome si esto seguía siendo una buena idea...

Mis argumentos en contra del miedo se vencieron ante la ola de advertencias, me encontraba invadido por el mismo. Por suerte, me habría de quedar en casa de un local que me devolvió la confianza y me llevó a conocer la bella Caracas que aterroriza a los provincianos; visité museos, auténticos parques lineales (con árboles y rio intermedio, no puente con tirantes y fuentes artificales) y hasta un partido del Caracas, partido en el que venció 4 a 0 al patético Atlético Venezuela (un equipo que hace ver a la primera A de México como la Champions). Panfila hizo su magia en Caracas y me lleno los bolsillos (lo que no es mucho decir dada la inflación venezolana) en un par de horas de música.

Sobreviví Caracas y fije rumbo a mi última parada, Mérida, cerca de la frontera con Colombia y a un costado de los Andes. Me encontré con esta pequeña ciudad universitaria con paisajes impresionantes, un verde de tonos que no conocía y un slime perfecto, no obstante la belleza del lugar, me sentía falto del calor de los locales, me encontré extrañando a los colombianos y su ánimo de hacerte sentir bienvienido, me sentí extranjero por primera vez en mi viaje. Disfruté de la ciudad, de sus montañas y partí en compañía de Joel (amigo suizo que conocí en Colombia y encontré de nuevo en Caracas, nunca está de más un amigo de tu tamaño con entrenamiento militar para vagar por Venezuela) de regreso a Colombia.

Los discursos incendiarios, los radicales programas sociales y la aparente esparanza que ostenta la oposición, se antojan estériles cuando el sentido de sociedad se ha perdido, dejando como residuo una masa de individuos desconfiados. Individuos que pasan el día voltenado sobre su hombro para asegurarse de que nadie les sigue y que se palpan los bolsillos para comprobar que no han sido víctimas del cáncer que les roba la sonrisa.

En relación con lo que escribo, encuentro alrmante el dato que comparte German Petersen, el cual hace referencia a la creciente desconfianza que nos invade a los mexicanos:
"Las dimensiones de la crisis de confianza interpersonal en México: en 1963, 30% se mostraban de acuerdo con la afirmación "Se puede confiar en la mayoría de la gente". En 2006, el porcentaje fue de tan solo 16%. Los impactos que tiene esto en cohesión comunitaria, solidaridad social y costos de transacción."
Dedicándole la entrada a este amigo, me despido con la promesa de reestablecer el flujo de comunicación.


Foto 1: Su servidor en las dunas a las afuera de Coro.



















Foto 2: Antiguo Palacio de Justicia, que al giual que el Palacio de Miraflores, hoy funciona como albergue para los damnificados por las lluvias.

viernes, 4 de marzo de 2011

Contrastando


Medellín se despidió presumiendo los efectos de sus políticas progresistas, las bibliotecas que llegan al frente de batalla para herir la ignorancia y no los cuerpos de los olvidados, el Parque Biblioteca España se aprecia desde lejos en el corazón de un barrio al que los policías no se atrevían a entrar, hace unos días lo recorrí para encontrar sus parques atestados de gente, su biblioteca en perfecto funcionamiento y sus habitantes conscientes de la transformación de su casa. Acompañado de un gringo que se quedó sin compañero de viaje llegué a la famosa Cartagena de Indias.
Imposible caminar por un bar y no recibir por lo menos tres ofrecimientos de cocaína, se tiene que estar ciego o imbécil para no ver a las niñas de Cartagena vestidas de prostitutas y carecer de olfato para no oler los desperdicios que se pudren en las esquinas del exterior de la muralla. Protegida por su muralla, Cartagena se olvida de los que viven a sus afueras, en ésta Colombia no se aprecian las medidas progresistas que he disfrutado en Medellín y Bogotá; aquí a los que menos tienen nada se les da.
Su belleza es innegable, los balcones de cuento, con tejados perfectos que se antojan para la aparición de un héroe enmascarado que en una mano lleve su espada desenfundada y en la otra a Catherine Zeta Jones (y para los 3 idiotas que este a punto de decirme que El Zorro no era colombiano, ya lo sé, sólo a eso se me antojan los tejados).
A menudo afirmamos que la injusticia habita en nuestro México, pues, estoy seguro de que tiene una casa de fin de semana en Cartagena. En estos dos contrastantes ejemplos me queda claro que la voluntad y la capacidad de un gobernante puede cambiar una ciudad entera, la estupidez y ambición de estos actores queda expuesta en las obras que se construyen en sus administraciones y los efectos van más allá de un espacio público más o un parque menos...
En medio de este contrastante panorama he seguido con el desarrollo de mi viaje y con las aventuras de la mano de Pánfila la hermosa. Venezuela se asoma en el horizonte y se interpone el Carnaval de Barranquilla, veamos la tierra de Shakira y movamos las caderas como es debido.
La foto que les dejo es del volcán de lodo en el que como su nombre lo dice es un volcán de lodo.

La dedicatoria es para mi primo Alejandro al que tengo presente cada vez que me lavo los dientes (tiró a la basura mi antiguo cepillo y me regaló uno nuevo).

Pd. Se siguen aceptando sugerencias de canciones para hacerme de más dinero y consecuentemente de más de comida.