domingo, 17 de abril de 2011

El día que se me perdió un volcán.

Levanté la cabeza y la volví en la dirección en la que se debería de asomar el volcán de libro de texto, el hermoso Cotopaxi, en esta ocasión se cubría con un velo de nubes que anunciaban una segunda búsqueda, un paseo en "bus" no sería suficiente para contemplar el hermoso volcán. El mismísimo Miguel Ángel Torres Cruzaley (sí, de nombre completo) me había augurado la hermosura del gigante y no pretendía perdérmelo.
Tomé un par de días para dejar que se aclarara el cielo y así no tener excusas para verle (al volcán no a Miguel). Los días los emplee en otro volcán, el nada despreciable Quilotoa con 3,914 metros. Su principal atractivo no era la altura o la panorámica que ofrece hacia el valle que lo rodea. Cual gordita, la belleza la lleva en el interior, siendo su interior una hermosa laguna y en este caso ya no se relaciona tanto con la gordita pero ese ya es otro asunto. Tras su erupción, el Quilotoa dejó una hermosa laguna en su cráter, probablemente uno de los paisajes más hermosos que jamás haya presenciado. Un auténtico "wow" se escapó de mi boca cuando vi la laguna cubierta por una densa neblina y en contra de lo que sucedió con su hermano el Cotopaxi, el Quilotoa se descubrió al día siguiente, horas transcurrieron en la cima del volcán, ni una sola palabra, el color turquesa de la laguna, el cantar de unos cuantos pájaros cursis y una brisa juguetona conformaban toda la escena.
Airoso y optimista llegué a la cita con aquel que se me negó, la noche la pasé a las afueras del parque para amanecer y saludarle de mañana. No cabe duda que algo sobre las montañas me llama después de conocer su magia con mis amigos itesianos. Nada me detendría de encontrarme con el gigante de 5, 897 metros; una caminata de 5 horas de subida, un río que se disponía a cerrarme el paso (brincado con la destreza del bien apodado tigre (bueno pues no, pero lo brinqué)) y el aventón de unos amables ecuatorianos que además de salvarme de una helada lluvia me pusieron al tanto de la política ecuatoriana y Correa. Las faldas del Cotopaxi, menos de un kilómetro entre la montaña y el Montaño y yo tuve que preguntar en qué dirección se encontraba el volcán. Una imponente nube se posaba como un manto y me negaba la vista que tanto había perseguido.
La montaña, mágica como ella sola decide sobre nosotros enanos, enanos que jugamos con frases como "conquistar la montaña", nadie mejor que mis hermanos alpinistas a los que dedico esta entrada, para saber que es la montaña la que te deja jugar a que la escalas y si ella desea alejarte así lo hará. Dí la vuelta, no quedó más, el Cotopaxi deberá esperar a otro viaje, mi único consuelo, nadie podrá decirme que no hice todo por verle.
Para el gusto de estos últimos mencionados, apenas hoy descendí del Chimborazo (6,300 metros), una noche en su refugio y las fotos del recuerdo (les debo el ascenso), un hermano sueco que a los veinte minutos de haber llegado a los 5,000 metros me preguntaba con legítima angustia si se iba a morir. Una vez más las nubes parecían jugar una mala pasada, pero el noble Chimbo se mostró por unos minutos, descubriendo la punta que viene a ser el pedazo de tierra más cercano al Sol por su cercanía al Ecuador. El descenso entre simpáticas llamas que se ocultaban (sin mucho éxito) entre montañas de nieve y bancos de niebla.
Me despido por ahora con estos tres volcanes y sus recuerdos gráficos, un abrazo para Carlos Petersen, Wynter (al que ya le debo regalías por su canción que viene dejando buen dinero), Charro, mi cordada del Izta: Benjamín Soto, la poderosa Barreto y el bien querido Peine y a toda la manada de Naturaleza Activa; les tuve en mente en cada dolor de cabeza, paso en falso, mareo, rayo de sol y en las andanzas de estas tres montañas.

Por orden de aparición:

Quilotoa



Cotopaxi (Fail)


Chimborazo


No hay comentarios:

Publicar un comentario