sábado, 21 de mayo de 2011

En tierras incas


Te levantas a las 3:30 am, todo te duele, llevas 3 días caminando pero hoy haces cumbre, hoy le das sentido a las caminatas infestadas de moscos, a los pies con callos y a las empolvadas que te dan los camiones cargados de gringos que pasan por el camino que tu sigues a pie. Ayer la viste, caminando por las vías del tren el guía (un simpático peruano que afirma ser el último emperador inca) señaló la montaña vieja y su eterna vigía la montaña joven. Machu Picchu se siente en el aire, el puente ya está abierto y empiezan a subir los primeros, tendrás que apretar el paso pues sólo los primeros 400 pueden subir Waynu Picchu (la montaña que se ve atrás de las ruinas en todas las fotos de Machu Picchu), una de as carreras más absurdas, subes una montaña a toda prisa para que te permitan subir otra montaña.
En el ascenso pareciera que las estrellas se hubiesen caído, hileras de linternas van a tus espaldas y marcan el camino de subida, el sonido se compone de tus pasos y los jadeos ocasionados por la altura, la mala condición, el ejercicio a horas inhumanas o todas las anteriores. No hay cansancio, sabes que la recompensa aunque ilógica en apariencia vale la pena. Por 45 minutos eres mensajero del imperio, emperador inca, guerrero, explorador, conquistador, pero no turista; esos llegan más tarde, en camiones con asientos acojinados y usualmente se mueven en manadas que persiguen un patético banderín. Finalmente, se termina el serpenteo del camino y en una explanada se forma la fila para el sello que concede el segundo ascenso del día. Suena una canción y es fácil reconocerla te recibe "We are the Champions" en unas bocinas portátiles y un israelí que desde la oscuridad te invita a corear la bien merecida canción.
Se abren las puertas y rodeando la montaña se asoma el vigía de la universidad inca, en medio de niebla y con la luz del sol bañando las partes más altas se ve Machu Picchu, sin un alma caminándola, con la foto perfecta en cada cuadro, un momento que te hace sonreír y sentirte vivo. De arriba abajo, entre las casas, montaña arriba y de un lado al otro, te enloquece saber que lo que ves es un privilegio y que en pocas horas tendrás que soportar los castrantes "Excuse me" y las hordas de ruidosos que cada 5 minutos quieren una foto grupal.

Por ahora, la montaña antigua es tuya.


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